Como Alianza Evangélica Española queremos mostrar nuestra más profunda tristeza y dolor por la situación humana que se vive de forma especial en la región mediterránea. Situación que conlleva tantas vidas perdidas de los que no llegaron y tantos riesgos para los que sí llegaron a las costas de Europa, huyendo de situaciones extremas difícilmente evaluables desde nuestro lado del mar. Como cristianos creemos y denunciamos que nuestra sociedad no mejorará su comprensión, si no es capaz de ver lo que ocurre como la consecuencia del mal, del pecado. Es el mal el que genera situaciones de vida de miseria y explotación; es el mal el que produce situaciones de violencia en los países de origen; es el mal el que hace que muchos de ellos mueran en el camino; es el mismo mal el que hace que las mafias se aprovechen de la necesidad para enviarlos en condiciones que no aguantan la navegación; es el mal el que genera indiferencia en parte de los ciudadanos y gobiernos de los países occidentales; es el mal el que en este lado y en el otro generaliza la corrupción; es el mal el que establece condiciones comerciales de explotación de los países del Sur; es el mal el que mira para otro lado o incluso da cobertura a los gobiernos dictatoriales, para obtener ventajas comerciales. Esta crisis humanitaria no puede estar desprovista de una dosis muy importante de realismo. Tenemos que decirnos una serie de verdades que necesitamos para comprender la situación:
1- No hay país en el mundo o conjunto de países que tengan la capacidad de acoger tal marea migratoria. El volumen de migrantes es tan alto y en tan poco tiempo que Europa, incluso maximizando sus capacidades de acogida, no puede recibir de manera digna y adecuada a todas las personas que tratan de entrar en ella.
2- La marea migratoria no dejará de llegar mientras el diferencial económico que existe entre el Norte y el Sur sea el que es. Entre las fronteras Norte – Sur del mundo, la que muestra un mayor diferencial es la que separa el Norte de África y el África subsahariana de Europa.
3- Mientras no se permita la libre entrada de inmigrantes a suelo europeo, seguiremos contemplando la multiplicación de naufragios en aguas mediterráneas.
4- Europa lucha entre dos extremos, el del miedo a la pérdida de sus identidades propias y de un estado del bienestar que sus ciudadanos no paran de ver recortado, y una ideología que solicita la entrada sin restricciones de todo aquel que lo desee. Es necesario que Europa llegue a un consenso entre la realidad y la posibilidad. La única forma en la que se podrían evitar los naufragios y las muertes en el mar, a la vez que se acabarían las mafias que comercian con las personas, sería permitiendo la llegada de todo inmigrante a través de un vuelo de avión desde cualquier aeropuerto de África a cualquier aeropuerto de Europa.
Los costos en vidas y económicos para los migrantes serían mínimos. Mientras ese no sea el consenso o no sea realista esta posibilidad, mientras la entrada no sea libre, tendremos personas muriendo en el Mediterráneo. Los dispositivos de recogida en alta mar priman a aquellos que han tomado la decisión de arriesgar la vida, con lo que a mejores dispositivos de recogida, mayor será el número de los que apostarán por arriesgarla. Probablemente muchos de nosotros entenderemos que la solución de la libre entrada no es viable ni a corto, ni a medio plazo. Eso significa que deberemos continuar con los dispositivos de recogida de los que se arriesguen, que deberemos aceptar que seguirán ocurriendo muertes, que habrá que habilitar mecanismos de devolución de los que consiguieron llegar, que habrá que revisar muy bien los casos de refugiados por causas de conciencia, que habrá que mejorar las formas de colaboración con los países de origen cuyos regímenes acostumbran a estar rotos por la corrupción y que habrá que convencerse que establecer nuevos mecanismos de cooperación y solidaridad internacional es mucho mejor en cuanto a vidas y mucho más económico en costes que otras soluciones.
Reconocemos la complejidad de la situación y de este tipo de medidas, pero seguimos pensando que son las que pueden producir mejores resultados y las que son más acordes con la ética social europea. Los europeos no podemos mirar para otro lado porque la UE tiene su parte de responsabilidad en el origen de la situación: apoyó –incluso militarmente– la caída de regímenes autoritarios en la “primavera árabe”, pero no sostuvo criterios claros a la hora de promover la conformación de sociedades democráticas; como consecuencia, Libia o Siria se han convertido en estados fallidos y en esa desestructuración ha emergido Daesh (“Estado Islámico”) que, con sus genocidios, es causa directa de esa inmigración desesperada. Las muertes en el Mediterráneo tienen que ser para los europeos más que una trágica y sobrecogedora noticia en nuestros medios de comunicación. Porque cada una de esas muertes es un recordatorio a nuestras conciencias de la responsabilidad que tenemos sobre el mundo que estamos construyendo; una parte del problema radica en que nuestra opulenta riqueza se convierte en inhumana injusticia hacia miles de millones de personas.
Desde una perspectiva cristiana, eso es el resultado de nuestro pecado de codicia, y sin reconocer y enmendar nuestra responsabilidad tan solo caminamos como sociedad hacia un juicio seguro: ‘Oíd esto, los que explotáis a los menesterosos y arruináis a los pobres de la tierra: nunca me olvidaré de ninguna de vuestras obras. ¿No temblará por esto la tierra, y hará duelo todo aquel que habita en ella?. Llegará el día -dice el Señor Dios- que cambiaré vuestras fiestas en llanto y vuestros cantos en lamento ‘ (Oseas 8)
Jaume Llenas Secretario general
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